Desde Chile nos visitó el director Guille Söhrens con su película La isla de los pingüinos, una historia ambientada en las movilizaciones estudiantiles de 2006 que, con ayuda de imágenes y audios de la época, retrata en primera persona el despertar de una generación que pone fin a décadas de silencio tras la dictadura y consigue entrelazar hábilmente ficción y realidad.
La película se proyectó como parte de la Competencia latinoamericana de largometrajes ante una Sala 2 de Cinemateca que contaba con la presencia del jurado joven, estudiantes de secundaria, docentes y público en general, dado el interés que genera en la sociedad uruguaya uno de los ejes temáticos de la octava edición del festival: represión y populismo punitivo.
Una vez finalizada la proyección, el director, en diálogo con el público, contextualizó la película en la realidad de su país para aquellos que no estaban familiarizados con los acontecimientos que marcaron un antes y un después para Chile. «La lucha por la educación gratuita y de calidad sigue siendo importante para nosotros. En un país donde no tenemos películas que hablen sobre la adolescencia que a nosotros nos toca vivir, que es tan particular porque desde hace una década estar en la educación secundaria es esto en Chile: tomar los liceos, ir a una marcha, hacer un paro… nos hacía falta retratarlo».
¿Por qué una ficción y no un documental? Según nos contó Guillermo, el corazón de la historia, y desde donde nace lo narrativo, son los personajes que no suelen aparecer en los documentales, los que no salen liderando cual políticos o dirigentes adultos, sino aquellos que no entienden bien por qué están ahí pero sí saben que por algo se está luchando, que los ideales son nobles, porque algo está mal aunque no se den cuenta bien qué es, y saben que es importante estar ahí. «Lo que uno no ve es que son jóvenes de 16 años que cuando no están hablando en un micrófono frente a la prensa están con sus amigos, ven animé, juegan videojuegos, están viviendo historias de amor y de amistad tremendas, y quería que eso fuera tangible», explicó. «Algo que hizo especial esta revolución del 2006 es que vino desde estudiantes secundarios, no fue de universitarios, no fue de trabajadores. Ellos hicieron despertar el país. Esto se enmarca justo 16 años después de la dictadura, con la dictadura son 17 años más, de silencio, de miedo a la militancia, de miedo a salir a la calle. Son los jóvenes que no vivieron la dictadura los que dicen a los adultos que hay que despertarse, que hay que decir basta, que hay que luchar por los derechos y salir a la calle. Pero son niños, entonces me gustaba mostrar esa parte que también la hace más cercana».
Cambio de paradigma. Tal como lo evidencia el relacionamiento entre los personajes, en ese momento en Chile se produce un choque entre distintas formas de hacer política y tal como lo expresa uno de los espectadores, con algunas salvedades, es posible hacer paralelismos con la realidad uruguaya. «La vieja forma de hacer política con los intereses individuales de poder en los partidos políticos tradicionales se diferencia de esta otra forma de hacer política desde las bases, desde autoeducarse, de involucrarse con el que está al lado, de preguntar, de tratar de entender, de buscar el bien colectivo sobre el bien individual, entonces esta vieja forma de hacer política, y el juego de poderes, va quedando atrás frente a esta colectividad que se va formando al interior de este micromundo que es la toma que ellos viven».
El caso chileno. En las palabras del director, es «insólito» porque las universidades públicas cuestan lo mismo que una privada, así tengan subvención del Estado. Al igual que en el caso de la salud y el transporte, todo en Chile es pago y nada está garantizado por el Estado. «Al momento en que uno quiere estudiar en la universidad, o se endeuda, como la mayoría, o tiene que irse del país. También hay una persecución política que es mucho más invisibilizada. No vivimos en dictadura, pero existen los secuestros, existe la violencia, el terrorismo de Estado… Ha habido muertes como resultado de enfrentamientos con la policía. No ocurre en dictadura pero es lo mismo. Entonces, sí, se da esa huida, ese ‘exilio’ aunque no se llame como tal».
El movimiento estudiantil atraviesa momentos de mayor o menor intensidad, pero es una cuestión que siempre está presente, por eso también se realizan giras y proyecciones de la película en liceos, no solo en Chile, también en Argentina, México y ahora Uruguay. «Algo que pasó en el 2006, para los jóvenes que ahora tienen 16 años, fue hace una eternidad. No tenían recuerdos de eso, entonces se sorprenden mucho porque es lo mismo que están viviendo; estos amigos se parecen a sus amigos, creen que en sus colegios deberían hacer lo mismo que hicieron en la película. Encontrarse con eso es muy interesante y enriquecedor. Porque qué pena sería hacer esta película y no despertar una llama en un adolescente de querer vivir estas experiencias». Aprovechando el viaje a Montevideo, el director chileno está visitando algunos liceos de la ciudad y quedó a disposición de los docentes para coordinar instancias de intercambio en el futuro.
Nota: Ana Acosta. Colaboradora de comunicación Festival TQV.